Obsesión






Gabriel estaba desayunando cuando su esposa se despidió para salir al trabajo. Lo habían despedido hacía más de un mes y aún no había podido conseguir otro empleo, por lo cual era su esposa la que se encargaba de sostener los gastos. Cuando terminó de desayunar y de vestirse salió de su casa, quería dar respirar un poco de aire fresco. 
El barrio aún estaba dormido, apenas se escuchaba movimiento de los vecinos. Pasó caminando frente a la casa de al lado. Por el rabillo del ojo, pude ver a la mujer de cabello color fuego, La imaginó con una sonrisa burlona. La odiaba. Tenía sentimientos encontrados. Por un lado ella le daba un poco de miedo, siempre quería más. Y también sentía culpa, esa mujer engatusaba a todos, no le importaba si existía una  esposa o una novia. Se detuvo en seco pensando en que haría esta vez, dispuesto a poner un freno a todo
En su cabeza resonaron las palabras “Nunca te voy a dejar en paz”. Recordó como ella lo perseguía: cuando iba a comprar o paseaba por el barrio siempre la cruzaba. Estaba obsesionada. Y decidió que era mejor ir con ella. Darle lo que quería y después ir a comprar tranquilo. Entró entonces a la casa de su vecina. Hacía una semana él tenía la llave, pero todavía no la había usado nunca. La mujer se encontraba lavando los platos. Cuando se dio cuenta de la presencia de Gabriel dejo caer uno que tenía en la mano. Los vidrios se esparcieron por todo el piso. “Se hace la sorprendida, como si no fuera lo que ella quiere” pensó Gabriel. Gabriel se acercó lentamente. Nunca estaba seguro de lo que la mujer era capaz. Varias veces había vuelto con moretones y arañazos, a ella le gustaba jugar así. Gabriel la tomó por la cintura y la besó. Ella se mantuvo tensa. “Siempre hace lo mismo, después grita de gusto”
 Ella le gritó que se fuera, que iba a llamar a la policía. “Sólo me está diciendo eso para jugar”. Él no le contestó. La tomó por el pelo y la llevó al sofá. Ella gritaba. No, no, no, decía. Pero él ya no la escuchaba, estaba concentrado. Quería terminar con eso. Siguió y la vio llorar. “Se hace la víctima. Yo soy la víctima. Ella me persigue. Ella me obliga a hacer esto.” Después de algunos minutos Gabriel se cansó. Le  sujetó el cuello. La odiaba. Ella intentaba gritar, escapar. Pero no pudo. Gabriel no la soltó hasta que ella dejó de pelear. Cuando el cuerpo quedó inmóvil, él lo cargó en sus brazos y lo llevó a la habitación. La acomodó en su cama. Limpió los vidrios y se fue.
Al otro día, la policía informaba la detención de Manuel Vázquez, sospechoso del homicidio de Isabel Hernández. Vazquéz se encontraba prófugo de la justicia acusado de varios homicidios de mujeres con las mismas características que Hernández. Para escapar había cambiado su identidad y su vida por completo haciéndose llamar Gabriel y casándose con una mujer, que ahora no podía creer todo lo que estaba pasando. Había convivido con un asesino sin saberlo.





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